lunes, 28 de enero de 2013

La revolución que esperábamos, por Claudio Naranjo


Una obra llena de esperanza para una transformación que habíamos dejado de esperar: la próxima revolución del mundo se ocupará de la consciencia.

Nunca hemos esperado menos de nuestra capacidad de cambiar el mundo en que vivimos, e incluso hemos perdido el entusiasmo de otros tiempos en el pensamiento utópico, hasta el punto en que nuestra situación se parece a la de los sapos que han sido puestos en una olla que se va calentando a fuego lento: algo que en nada les preocupa, pues su piel solo detecta cambios bruscos de temperatura.
Sin embargo, por fin vamos entrando en una transformación que habíamos dejado de esperar, y que más bien nos asusta: hasta hoy solo hemos conocido revoluciones políticas e ideológicas, y lo que ahora ocurre es una revolución de la consciencia.

En La revolución que esperábamos, Claudio Naranjo propone una política de la consciencia, pues el principal problema del mundo, más allá de sus múltiples síntomas, es la inconsciencia: sólo despertando de nuestro ciego sonambulismo podremos evolucionar. El final del patriarcado, la transformación de la educación, el desarrollo de los tres amores y el camino del autoconocimiento son algunas de las propuestas con las que el doctor Naranjo establece un diagnóstico profundo de los problemas globales, así como de los antídotos necesarios para la transformación de un mundo en crisis.

martes, 22 de enero de 2013

“El león Jardinero” de Elsa Punset

“Nunca puedes saber qué día será especial. Siempre te sorprende.
Te levantas cada mañana como si tal cosa
y de repente tu vida cambia”



El León jardinero

Hay algo que hace destacar a un libro infantil y es que el autor, si lo desea, puede hablar de los grandes temas por los que se interroga el ser humano de la forma que mejor le plazca. Puede hacer que un gota de agua hable (Historia de Nuk), que un animal se vuelva coqueto (La vaca condesa) o que un león sea jardinero porque al niño no le preocupará si es creíble, solo aplicará una lógica que no está encorsetada por las rigidez de la realidad y si los personajes se comportan de una manera intuitiva poco le importará de qué especie sean. Por eso las fábulas siguen teniendo la misma vigencia.
Lo que es obvio es que un león tiende, casi siempre, a comerse a un pájaro, pero a ese detalle la mente infantil no le da tanta importancia mientras que la adulta lo rechaza de plano, olvidando que la naturaleza procura a veces extraños compañeros de viaje. Y esta excusa le sirve a Elsa Punset para adentrarse en la Literatura infantil: la amistad que se forja entre un pájaro y un león que le confiesa su amor por una potrilla, y, que además de ser el gran juez que vela por la estabilidad de su ecosistema, es un león jardinero.
De esta forma, Punset introduce temas como el valor de la amistad, independientemente de que sea o no entre iguales; el mundo de las emociones y los sentimientos como la soledad, el amor, el sentido de la responsabilidad… Cuando en la rueda de prensa de presentación del libro le preguntaron a la autora si solo era un libro infantil ella contestó que era una historia para cualquier lector y afirmó que “el adulto es un niño con más experiencia, pero sigue teniendo los mismos miedos”.

Ilustración de Kim Amate
El león jardinero es, indudablemente, una historia infantil pero en las primeras páginas un adulto se puede recrear, ya no solo por las metáforas poéticas con las que enriquece el texto sino por algunas afirmaciones que un lector de más de edad rumiará en silencio porque ¿quien no pierde el Norte cuando está descentrado o triste y es incapaz de sentir lo realmente importante? Y es, también, en esta primera parte de la historia cuando el lector más joven probablemente tendrá que concentrarse más en el lenguaje con el que se expresa Punset pero, inmediatamente, el libro se adentra en la historia y recupera el tono para el público al que va dirigido y llama gato gigantesco a un león de ojos azules, algo que provocará la misma sonrisa tanto en un gesto infantil como en el surcado por el paso del tiempo.
 

sábado, 12 de enero de 2013

Lecciones del Optimismo Emocionalmente Inteligente

Lecciones del Optimismo Emocionalmente Inteligente


Una actitud optimista ante las dificultades nos puede ayudar a superar las mismas y a crecer personalmente al mismo tiempo. Así lo afirma el psicólogo y consultor Juan Cruz, experto en optimismo y teórico del Optimismo Emocionalmente Inteligente.
Cruz ha ilustrado sobre las ventajas del optimismo en multitud de conferencias, charlas y debates organizados por ONGs, y en diferentes cursos en administraciones y empresas. También colabora con los medios y en la sección de optimismo del programa Graffiti de Radio Euskadi. Entre sus principales iniciativas, destaca el programa Desarrollo Integral de Ocio y Tiempo libre (DIOT), los grupos de Optimismo en Facebook y los programas de optimismo en Espacio Pozas de Cruz Roja para la ciudadanía.
Pero, sobre todo, Cruz es un optimista convencido que alberga una gran esperanza en el futuro y en la capacidad del ser humano para salir adelante. De todo ello nos habla en la siguiente entrevista.
Noticias Positivas: Muchas personas piensan que los optimistas son ingenuos, o bien que no comprenden del todo lo que pasa en su vida diaria. Usted en cambio señala que el Optimismo Emocionalmente Inteligente debe partir necesariamente del realismo. ¿Hablamos por tanto de un optimismo bien fundado?
Juan Cruz: El Optimismo Emocionalmente Inteligente es precisamente todo lo contrario al falso optimismo; es un optimismo realista. En el sentido de que lo que hace es conectarnos emocionalmente con la realidad y con sus aspectos más favorables desde nuestros recursos.
Yo pienso que la base del optimismo está en la capacidad que tenemos los seres vivos para adaptarnos a la realidad, a los cambios, y salir fortalecidos. Esa capacidad es la que hace que las especies evolucionen. La tenemos en nuestros genes; si no, no hubiéramos llegado a donde estamos.
En el ser humano, por nuestra evolución cerebral, además tenemos la capacidad de decidir conscientemente y reflexionar sobre cómo queremos afrontar dichas situaciones. Incluso podemos imaginar y crear otras formas diferentes de actuar y ponerlas en práctica. Esa capacidad la tenemos cada persona, y también a nivel social.
N+: ¿Y cómo se da este paso, para muchos inviable, que nos lleva del realismo al optimismo?
JC: Cuando vivimos una situación adversa, por ejemplo una enfermedad, un cambio o pérdida personal o social, lo que registra el cerebro son emociones negativas lógicas, de preocupación, de miedo. Son “negativas” entre comillas, pues dichas emociones, desde su bioquímica, nos informan de que algo está ocurriendo fuera, y sentir ese malestar nos hará reaccionar y afrontar. Por eso debemos ser realistas. Por ejemplo, cuando nos estamos quemando, lo peor que nos podría ocurrir es no sentir el dolor.
Pero después podemos utilizar nuestra inteligencia para adaptarnos a estas situaciones y afrontarlas. Con la actitud optimista se trata de aprender a convertir lo adverso, los problemas, en oportunidades desde lo más favorable. Eso lo hacemos no solo con nuestra inteligencia personal, sino poniendo en juego también nuestra inteligencia social.
N+: ¿A qué se refiere con inteligencia social?
JC: Como llevo muchos años apoyando en enfermedades a las personas que las padecen y a sus familiares, aprendo que cuando una persona vive una enfermedad o tiene un hijo enfermo, lo que le da más fuerza es por supuesto su impulso para salir adelante. Pero también le sirve de gran ayuda cuando sale de su aislamiento y conecta con otras personas con problemas similares. De ahí que sean quienes impulsen la conformación de asociaciones y grupos de autoayuda.
Es evidente que tenemos que conectar con nuestro instinto natural, que nos indica que somos seres sociales. Por tanto, si compartimos con los demás, vamos a ayudarnos, ayudando a los otros al mismo tiempo.
Así está ocurriendo también con esta crisis, que nos está obligando a salir del individualismo y a conectar con esta inteligencia social, que yo creo que es en gran parte instintiva y natural.
N+: Según este razonamiento, el individualismo es una conducta totalmente antinatural y dañina no ya para las personas, sino para la propia supervivencia del ser humano como especie.
JC. Se ha creado un individualismo destructivo del “yo me salvo a costa de lo que sea”, o como mucho, “yo me salvo a mí y a los míos a costa de lo que sea”. No es una mirada global, pues no tiene en cuenta al resto de las personas, ni siquiera a las más vulnerables.
Pero ahora que hay tanta crisis, estamos viendo que este individualismo solo está generando más aislamiento, desconfianza y desamparo. Lo cual posibilita una excelente oportunidad para reactivar, desde nuestras capacidades individuales, las capacidades colectivas.
Nos hemos salido de los procesos naturales y hay que retornar a los mismos para crecer haciendo crecer. Y no solo porque esta desconexión de nuestra inteligencia colectiva nos haya afectado como personas y sociedad. También porque afecta a nuestro medio ambiente.
En suma, nos hemos desadaptado, y como todos sabemos, una especie desadaptada va directa a su eclosión. Desde este punto de vista, el Optimismo Emocionalmente Inteligente puede ayudarnos a cambiar al conectarnos con nosotros mismos y con nuestro entorno.
N+: Hace años, en una entrevista, me explicaron que el consumismo, que no es más que otra cara del individualismo lleva poco más de cien años de existencia. Y que antes de su aparición, lo normal, durante muchos miles de años, era que en una comunidad se compartieran gran parte de los bienes disponibles.
JC: Posiblemente esta cultura del compartir vuelva a ser la imperante otra vez. Eso dará paso a un consumo sostenible, como el que se produce dentro de la naturaleza, donde por supuesto que se consumen recursos, pero siempre creciendo dentro del equilibrio.
Hay que hacer entender a las personas desde pequeñas que el consumo sostenible es el más adecuado para nuestro bienestar. Y que la felicidad no está en tener más sino en disfrutar, cuidar lo que se tiene y poderlo compartir, desde valores más internos.
Se trata de cambiar la mirada, la forma de hacer las cosas. Yo hablo del optimismo como una respuesta a situaciones de crisis y como una actitud positiva ante la vida que nos ayuda a entenderla y disfrutarla siendo más protagonistas. Cuando observas que lo negativo, tú puedes transformarlo en positivo, y gracias a lo que pierdes, puedes ganar y hacer ganar a los demás, ya hay más que pérdida o ganancia y se convierte en un proceso cíclico. En este sentido, el optimismo nos ayuda a pensar de manera unitaria y aceptar los cambios vitales.
A veces hay que perder para empezar a ganar, y cuando ganamos ya mucho, a veces se termina perdiendo, como le está ocurriendo a esta sociedad donde vamos hacia un consumismo que se autoconsume
N+: El problema es que se incide demasiado en el pesimismo, como ocurre a menudo con los medios de comunicación, donde abundan las informaciones negativas. Negativas y además sin salida, como si no hubiera alternativas a lo negativo. ¿Este pesimismo es debido solo a nuestras actitudes personales, o por el contrario trasciende lo personal para convertirse en una patología social?
JC: ¿Más que las personas, no será la sociedad la que está enferma? Es importante reflexionar sobre la toxicidad pesimista o el falso optimismo que hay en las noticias e instituciones, y cómo potencia el estrés social, algo que “patologiza” sobre todo a las personas más vulnerables.
No es saludable el bombardeo diario de informaciones negativas económicas, medioambientales y sociales, a veces emocionalmente insufribles, que impulsan mecanismos de indefensión aprendida, lo que lleva a muchas personas a comportarse pasivamente, y de evitación emocional, en plan “bueno, si yo no puedo hacer nada, qué más da”.
Sin embargo, creo que frente a todas esas noticias y situaciones adversas, hay otras cosas extraordinarias que están ocurriendo, y que realmente son las importantes para afrontar con ilusión y esperanza el futuro. Pienso que debemos mirar hacia esa dirección, porque donde colocamos nuestra mirada, colocamos también nuestra atención y la energía para construir nuestro mundo y mejorar el de las próximas generaciones.

DATOS DE CONTACTO:
http://diotocio.blogspot.com.es

(Imagen: Juan Cruz. Cortesía del entrevistado).

FUENTE: http://www.noticiaspositivas.net/2013/01/09/lecciones-del-optimismo-emocionalmente-inteligente/

miércoles, 9 de enero de 2013

Carlos González y “23 maestros, de corazón”

Carlos González y “23 maestros, de corazón”

 
 

Reproducimos por su interés este comentario enviado por Carlos Gonzalez.
 
Cordiales saludos: Mi nombre es Carlos González. He sido profesor de matemáticas y física en la enseñanza secundaria durante 24 cursos. Finalmente, al verme limitado en mi deseo de practicar una enseñanza basada en los nuevos paradigmas, decidí dejar el camino de la enseñanza oficial e iniciar uno nuevo, alternativo al sistema imperante. Durante años, he podido comprobar como mis alumnos adolescentes enterraban sus sueños hasta hacerlos invisibles. Su entorno les enseñaba que la “seguridad” era lo primero: estábamos creando víctimas. La rabia que sentía ante tal panorama la he trasmutado en creatividad, escribiendo un libro que narra cómo empoderar a los adolescentes: “Un maestro decide crear un ambiente mágico en su clase para empoderar a sus alumnos. Les ayuda a descubrir los enormes potenciales que habitan en su interior. Les revela un mundo más allá de la mente programada y de las creencias. Para llevar a cabo su proyecto el profesor emplea curiosos trucos… Los alumnos van resolviendo los enigmas, que el maestro propone de una forma singular. La clase es una creación de todos. El aprender se transforma en una aventura. Poco a poco, cada alumno se convierte en su propio maestro, en una fuente de conocimiento para él y sus compañeros. La vida se torna mágica: pueden vivirla desde su corazón, sin que las creencias les limiten “ Su título es: “Veintitrés maestros, de corazón – un salto cuántico en la enseñanza-“. En él se plantea un modelo educativo que se basa en descubrir la fuerza interior. Hoy puede ser ciencia ficción…tal vez una semilla, pero si la nutrimos puede generar una forma totalmente nueva de enseñar, en la que el ser humano deja de sentirse víctima, para sentirse el creador de su propia vida. Creo que su sensibilidad va en la misma dirección que la mía. Por eso, me atrevo a enviale* mi libro en versión digital. He decidido regalarlo persona a persona o institución a institución. Necesita volar…hacia lugares en los que pueda ser bien acogido. Si lo lee le agradecería cualquier comentario. Todos los amantes de la lectura sabemos que bastan cinco minutos con un libro para saber si es de nuestro interés, sólo le pido ese tiempo. Siéntase libre de enviarlo a las personas o asociaciones a las que este libro pueda ayudar. Gracias por su presencia. Le deseo felices creaciones… Carlos González P.D Mi blog es: http://www.ladanzadelavida12.blogspot.com * El libro se puede descargar en mi blog El libro ya tiene más de 150 000 entradas en Google (Teclear “Veintitrés maestros, de corazón” entre comillas para que el buscador lo entienda como un todo)
 

El instinto, el cuidado, el amor.

El instinto, el cuidado, el amor.

Mucho se ha dudado sobre la existencia o no de eso que llamamos instinto maternal y más aún del paternal. Para mi, el hecho de que no todos nuestros coetáneos experimenten esa sensación no significa que no viva dentro de todos nosotros, sino más bien que la permeabilidad al mismo es susceptible de blindarse en un momento dado de la propia existencia e incluso desde el inicio de la misma. Quienes lo experimentamos, sabemos que hay un antes y un después de esa llamada interior. Una llamada en forma de pregunta y, otras, en forma de respuesta a pequeños o grandes interrogantes, a veces cotidianos y otras magníficos.

Cualquiera que sea la excusa para ese encuentro, es cierto que una vez que ha tocado nuestras vidas se convierte, si queremos, en una herramienta potente cuyo poder va, a mi parecer, mucho más allá de los beneficios individuales, mucho más allá de un espacio y un tiempo concretos y mucho más allá de nuestras propias crías.
Hablo de abrirnos al instinto, hablo de utilizar esa apertura como catalizador de nuestros vínculos no ya como familia, sino como seres humanos. Porque estoy convencida que es sólo desde la vivencia de ese instinto de cuidarnos entre nosotros desde donde podremos avanzar humanamente.

El instinto básico de la propia supervivencia solo se trasciende por el instinto de defensa de las crías . Pero ese instinto, una vez que nos hemos hecho permeables a él, puede devenir en un instinto universal y prolongado en el tiempo (a través de nuestros años) de defensa de todas las crías del mundo y por extensión, de todos los seres humanos (en definitiva, todos los que alguna vez fuimos criaturas, aunque ahora nos llamemos adultos).
Hagánse esta pregunta: viajan sólos en un avión (sin su familia, aunque la echan de menos), cuando se produce un aterrizaje forzoso. Una madre viaja sola con tres niños y no da a basto para atenderlos a todos. ¿Qué haría usted? ¿Se convertiría, eventualmente, en la madre/padre de esos pequeños? ¿Antepondría su supervivencia a la propia? ¿Se aseguraría de que los niños quedan a salvo antes de salvarse usted? ¿Aún a sabiendas de que sus propios hijos le esperan en casa?
Siento el dramatismo, pero es la única manera que encuentro de activar (en la fantasía) los resortes de los que hablo.
Pienso que muchos de nosotros nos pondríamos al servicio de esos niños, gracias al disparo instantáneo de ese instinto.

Y creo que quizá si fuéramos capaces de recuperar , nombrar y legitimar al niño que fuimos y que somos, seríamos más capaces de reconocer también en nuestros semejantes a la criatura que debe y puede ser salvada y ayudada.
En todo caso la naturaleza dispuso en nuestro más íntimo código el hecho de que fuéramos seres vivos capaces de poner por delante la supervivencia de nuestras crías frente a nuestra propia existencia.
Múltiples mecanismos biológicos están comprometidos en este tipo de respuesta amorosa tanto en mujeres como en hombres, es decir que, como especie, estamos más que preparados para bañarnos en las aguas del cuidado mutuo. Me pregunto por qué vivimos tan alejados de este potencial y por qué nos empeñamos en sobrecompensar su llamada mediante la impostación de todo lo natural y la implantación de artificios que no hacen otra cosa que nublar esa mirada hacia el interior. Me pregunto por qué en nuestras relaciones con los demás sigue primando la agresión, el recelo, el individualismo por encima de todo bien social y una ciega mirada a corto plazo. Me pregunto por qué teniendo una excelente materia prima, vivimos presos de nuestras sombras y somos incapaces de participar de lo "auténtico", más invertimos cantidades ingentes de energía inventándonos una realidad a medida de nuestro miedo.
La parte buena es que tenemos al alcance de nuestra mano ese instinto básico y fundamental destinado al cuidado de las crias y por extension de nuestros semejantes. Yace bajo el miedo, nuestro miedo.

Afortunadamente, la evolución nos ha permitido tener acceso al pensamiento elevado, que es la capacidad de observarnos a nosotros mismos como sujetos de nuestra propia historia. Es desde ese pensamiento desde donde podemos comprender la falta de sentido de nuestro temor, la falacia de las amenazas que paralizan nuestra emoción y activan nuestras defensas agresivas, la necesidad de liberarnos de lo que damos por hecho y bucear en nuestra verdadera naturaleza, activando ese código universal y poderoso que llamamos amor.

Fuente: Violeta Alcocer.

http://atraviesaelespejo.blogspot.com.es/#!/2009/01/el-instinto-el-cuidado-el-amor.html

Ilustración: Elena Ferrer.

El cisne y el patito feo son la misma persona. La caída del narcisismo.

El cisne y el patito feo son la misma persona. La caída del narcisismo.

 
Por lo general, los pequeños que crecen en un entorno de comprensión, respeto y cordura superan la transición de “bebés” a “niños” con un alto concepto de sí mismos.
Han incorporado todos los mensajes que papá y mamá tanto nos hemos esforzado por transmitirles como tejido básico del ideario de sí mismos: eres estupenda, tu vales mucho, eres tan inteligente, qué bien dibujas, me encanta tu sonrisa y muchos más adjetivos que sus enamorados padres hemos repetido y repetido con la intención de que les quede claro: ¡hijos, sois maravillosos!
Y aunque el entorno no siempre haya sido coherente con esta visión tan optimista (es posible que algún niño ya se haya encargado de insultarle o que la tutora no vea en él su mejor lado) , lo cierto es que hasta ahora el impacto de la aprobación social no era lo suficientemente importante como para que la imagen de sí mismos se viera explícitamente minada en ningún sentido.

Sin embargo, el tiempo pasa. Y nuestro pequeño narciso aterriza, un buen día, en el mundo real. En un mundo que no siempre le devuelve una imagen amable de si mismo y en el que siempre habrá personas, adultos o niños, que no le ven ni tan guapo, ni tan listo, ni tan adorable como le ven en casa sus familiares y amigos más cercanos. Niños a los cuales sus gracias no les hacen gracia. Niños que le señalan lo fea que es esa camiseta o lo ridículo de su corte de pelo. O su cara.
Obviamente, todos esos reflejos negativos conviven con las miradas amorosas de siempre, las que siempre están ahí.
Pero algo cambia.
De alguna manera nuestro hijo deja de ver sólo su propio reflejo en el estanque dorado para empezar a ver, también, la imagen de sí mismo que le devuelven los demás. Su reflejo en el espejo de los otros… a veces amable y otras, de tan fea, casi irreconocible.
La caída del narcisimo es un momento crucial en el desarrollo, en tanto que requiere de un manejo inteligente por parte de aquellos que queremos ayudar a crecer a nuestros hijos.

En primer lugar porque nosotros somos los primeros que tenemos que aceptar que en el mundo habrá gente que no valore a nuestro hijo –o a nuestra familia- como lo hacemos nosotros. Y transmitírselo al niño con naturalidad. De hecho, es hasta posible que algunas de esas críticas o miradas más duras “tengan algo de cierto”… o al menos puedan ser la otra cara de la moneda de una de sus muchas virtudes (ser un pesado y tener tesón son la misma cosa vista desde diferentes ángulos, por ejemplo).

Nuestra labor es ayudar a nuestros hijos a integrar todas las miradas y a desarrollar un criterio inteligente para reconstruir su propia imagen en función no sólo de lo que él pìensa y sabe de sí mismo, sino también de lo que proyecta y le devuelven los demás. Y aprender a distinguir los reflejos que merecen la pena de los que no: aceptar un comentario negativo puede ser una invitación a crecer y saber algo más de nosotros mismos… o puede ser un dardo envenado que contamine la confianza en nuestra valía.

Es posible que personas a las cuales nuestro hijo no importa nada (unos chavales que acaba de conocer en el parque, unas niñas más mayores que acaban de poner sus ojos en ella..), hagan un comentario determinado en un momento dado: “mira este panoli cómo le da a la pelota”. Y puede que nuestro hijo lo escuche y se sienta dolido, se cuestione, se enrede en el sentimiento de haber sido agredido en lo más íntimo (porque en realidad, es a los ojos de papá y mamá a los que contradice directamente este comentario) y se sienta incapaz de metabolizar una situación que, sin duda, se repetirá en innumerables ocasiones a lo largo de su vida.

En realidad, las palabras son eso, palabras. Lo importante es la intención real con que esas palabras fueron dichas y por quién fueron dichas. ¿Esas personas conocen a nuestro hijo? ¿Saben algo de él, de sus aptitudes, sus intereses, sus sentimientos o sus dificultades? Si la respuesta a las anteriores preguntas es un “no”, lo que tendremos que enseñar a nuestro hijo es a no valorar las palabras dañinas de aquellos que tampoco nos valoran a nosotros.
Si a los dueños de esas palabras no les ha importado el impacto que las mismas han tenido en su corazón… ¿por qué habrían de importarle a él esas palabras?

Sin embargo, hay valoraciones negativas que pueden aportarle un sano conocimiento de sí mismo; no hay razón para rechazar sistemáticamente todas aquellas palabras que vayan en contra de la buena idea que tenemos de nosotros mismos. El ejercicio de la autocrítica no tiene por qué darnos miedo: ¿es posible que siempre quiera ser el protagonista? ¿será verdad que a veces es vanidosa? ¿se le da fatal encestar en la canasta?.
Las personas no somos perfectas y nuestros hijos no son una excepción. Pero el hecho de no ser perfectos no significa que no seamos dignos de ser amados y, por supuesto, respetados y aceptados, aún con nuestras limitaciones o fallos. Y nosotros ,a cambio de ese respeto y ese cariño, debemos esforzarnos en mejorar.

Todos necesitamos un otro que nos diga lo maravillosos que somos y, al tiempo, nos señale nuestros fallos. Todos necesitamos que alguien empuje a nuestro narciso al agua y nos recuerde que además de cisnes somos patitos feos.

En realidad, una autoestima en condiciones no es aquella que se compone solamente de buenas ideas sobre nosotros mismos: es aquella que integra nuestras capacidades y nuestras limitaciones de forma que las otras no impidan que brillen las unas.

Y ahora llegamos a la columna vertebral de la cuestión que, como casi siempre, se encuentra estrechamente vinculada al ejercicio de la paternidad y al estilo educativo que practicamos en nuestro hogar.

¿Somos padres y madres capaces de convivir con visiones diferentes a la nuestra? ¿aceptamos que nuestra pareja nos cuestione en algún sentido? ¿permitimos a nuestros hijos señalarnos nuestros fallos como padres? ¿somos conscientes de nuestros defectos y nuestras virtudes? Y por último, ¿sabemos escoger a nuestros críticos?
 

Violeta Alcocer.

http://atraviesaelespejo.blogspot.com.es/#!/2010/07/el-cisne-y-el-patito-feo-son-la-misma.html

Ilustración: Alex Dukal.

miércoles, 2 de enero de 2013

APOYAMOS LA CAMPAÑA: SOMOS! UNIDOS PARA CAMBIAR EL MUNDO

SER SOLIDARIOS ESTÁ EN NUESTRA NATURALEZA

Hemos realizado una investigación dirigida por Elsa Punset, directora del Laboratorio de Aprendizaje Social y Emocional de la Universidad Camilo José Cela. Una encuesta online destinada a los colaboradores de ONG de nuestro país. Y gracias a más de 23.000 respuestas de personas comprometidas, en este estudio hemos verificado la siguiente teoría:
“Los humanos ayudamos porque somos capaces de sentir y de ponernos en la piel de los demás.
Y ayudar genera una gran felicidad, personal y colectiva.”
Los resultados de la encuesta demostraron que:
Sentimos y somos capaces de ponernos en la piel de los demás:
"2 de cada 3 sufrimos al ver injusticias y tragedias y esta angustia es intensa para casi la mitad de nosotros (43%)".
Una mayoría de personas quiere ayudar a los demás:
"El 84% nos interesamos por el sufrimiento en el resto del mundo e intentamos actuar. Este interés es profundo en más de 4 de cada 10 de nosotros".
Ayudar genera felicidad personal y colectiva:
"Nuestros mayores momentos de felicidad están relacionados con la solidaridad y las relaciones afectivas, porque las situaciones que nos hacen más felices son: viajar a un lugar exótico (44%), tener un hijo (47%) y ayudar a personas desfavorecidas (82%)".
Accede al informe completo haciendo clic aquí.
Si así SOMOS, ¿por qué no estimulamos al resto de la sociedad a que sientan esta felicidad ayudando a los demás?
Sólo si todo el mundo colabora se puede dar la vuelta a las cosas y cambiar el mundo.